domingo, 1 de octubre de 2006

Post-viaje a Japón(I): la historia del chorizo viajero

En un intento desesperado por intentar disculparme ante la primorosa escasez de posts durante mi estancia en tierras niponas, quiero comenzar esta serie de posts por el puntazo final. En el avión había decidido hablar primero del gran invento bebible que es el Calpis (desde ahora, "Calpis bueno, Calpis amigo"), pero finalmente me he decantado por esta sorprendente, verídica anécdota que me dejó anonadado: la historia del chorizo viajero.
Mi amiga Clavel es una enamorada nostálgica de los embutidos españoles, estuvo estudiando en Salamanca y sabe degustar un buen chorizo o un buen jamón. Ella sí que sabe. La malo es que los precios allí para estas delicatessen de gourmet son prohibitivos, o si no que se lo pregunten a la multitud de japoneses que, sorprendidos, se giraron ante el grito que emití hace casi un año, en un supermercado, al ver el precio de doscientos gramos de jamón normal. El caso es que, en aquella ocasión, yo le llevé una caña de chorizo como un brazo de larga. Estaba acojonado por si sería retenida en el aeropuerto, ya que no se permite ese tipo de carnes sin pasar una cuarentena. Sin embargo, no suelen ser muy estrictos siempre que el artículo esté bien aislado o envasado al vacío, como sucedió en aquella ocasión. En el aeropuerto de Kansai (Osaka) lo miraron y no dijeron nada, con lo cual pudimos disfrutar de aquel gran invento emanado del pueblo que es el chorizo.
El intento de repetir la hazaña este año fue vana. En primer lugar, en el aeropuerto de Narita (Tokio) son mucho más estrictos y severos que en el de Osaka, y no te pasan una. En segundo lugar, el equipaje llegó con varias horas de retraso (pues tuvimos un inconveniente en la ida y algunas maletas vinieron por otro vuelo, por ejemplo la mía), y tuve que declarar la existencia del chorizo. A pesar de mis explicaciones sobre el envasado del susodicho, los encargados de la cuarentena se mantuvieron firmes y me dijeron que el artículo debía pasar la cuarentena. Rellené unos formularios de rigor y me fui desanimado al hotel, ante la imposibilidad de hacer llegar dicho artículo a mi amiga, y dándolo por perdido.
Ayer, al hacer el check-in, me recordaron en el aeropuerto que tenía un artículo en cuarentena, y si deseaba recuperarlo. Yo ya ni me acordaba de aquello, y como no tenía a mano el documento de la cuarentena para demostrar que ese chorizo era mío, les dije que no importaba, que no era algo muy valioso y que hicieran lo que quisieran con él. Dando el asunto por zanjado, nos dirigimos a la puerta de embarque. Una hora más tarde, justo despues de entrar en el avión y mientras estaba subiendo el equipaje de mano al compartimento superior, una azafata se dirigió hacia mí preguntando si yo era el Sr. Fulano (sustitúyase Fulano por mi apellido, la seguridad es lo primero, anzen daiichi). Ante mi respuesta afirmativa, me ofreció un paquete. Sí, amigüitos míos, se trataba del chorizo. La azafata había ido a buscar el chorizo para llevármelo hasta el avión. La cara que se me quedó era de foto... lástima que no esté registrada.
No tengo muchos referentes en los que basar una comparación, de hecho no tengo ninguno. Pero no creo que esto me lo hagan en ningún otro sitio.

2 comentarios:

  1. Bueno, pues ya que en tierras niponas no se ha podido saborear esa suculenta vianda no debe quedar sin disfrute aqui en los mandriles con los compis y demás.
    Amos digo yo.

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  2. JAJAJAJA...muy buena anécdota!! Pues sí, si hubiera sido en un aeropuerto español y el pasajero no hubiera llevado identificación para llevárselo...se lo hubieran comido entre todas las azafatas y el piloto del vuelo!! Viva el ChOrIzO eSpAñOl!!!! QuÉ rIcOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

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