domingo, 3 de septiembre de 2006

Amo a Laura... (II): las nanas niponas

Hoy he vuelto de conocer a mi sobrinita (y de paso, coger un pedete lúcido en el Ferevín, buscando un buen crianza para el padre de mi amiga Clavel... probad "Aula 2002", de Coviñas, lleno de matices). Laura es un amor, preciosa, con unos ojazos que tumba, más nerviosa y movida que un tiovivo. Pero la pobre no paraba de llorar: era descorazonador escuchar su llanto cuando sabías que no le pasaba nada, tan sólo que quería dormir y no era capaz.
Ayer tuve mi primer momento paternal, aunque de prestado. En un momento he cogido a la pequeña Laura en brazos y he comenzado a cantarle, en un tono muy suave, como de nana, la canción de Puffy "Kore ga watashi no ikirumichi"(junto con Juice de B'z es mi canción favorita) , y en un momento se ha tranquilizado y ¡hasta se ha reido! Hacía tiempo que no me emocionaba tanto.




El primer impulso que tenemos cuando escuchamos llorar a un niño es el de intentar callarlo, consolándole, acunándole... A veces a un bebé no le sucede nada, tan sólo se siente molesto por algo, pero como no podemos saberlo, lo tomamos en brazos hasta que calla. Según he podido ver, no es siempre lo más acertado: al hacer esto, lo acostumbramos a que se le tenga que tomar en brazos para consolarle y así, hasta que no hagamos esto, nunca dejará de llorar. Puede parecer cruel, pero en ocasiones es mejor dejar que llore (tras comprobar que no le pasa nada, como que se haya hecho algo encima y sabiendo que hace poco que ha mamado). ¿Y si los bebés nos engañaran vilmente con sus lloros? Que no son tan tontos...



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