
Hace escasas semanas una asociación de afectados por una enfermedad de la que no recuerdo bien el nombre (creo que era
leucodistrofia o algo así) montaron una mesa-rastrillo benéfica en la galería que comunica el metro y cercanías en
Nuevos Ministerios. Siempre que pasaba me sentía a atraído por el contenido de ciertas cajas: DVD's,
comics antiguos, figuras viejas... Estas cosas siempre me han seducido: cuando voy al
Rastro me siento como un niño pobre frente al escaparate de caramelos. Pero como siempre voy corriendo a todas partes, siempre pasaba de largo con los dientes idem. Como la caducidad de estos pequeños y atractivos eventos es temprana, me propuse de firme una tarde parar a hacer un breve
scanning del muestrario.
Y allí estaba ella, entre montones de baratijas de bisutería y figuras
pseudo-Lladró, amarilla, algo rayada de display y con los pegotitos de roña incrustados por las ranuras, típicas de la edad. Relegada al olvido y a un precio irrisorio,
una Game Boy de las primeras, de las de allá por el 1989, de las que tenían mis amigos hijos únicos consentidos o de padres divorciados, de las que presumían cuando yo recibía calcetines el día de Reyes. Aquello fue un reflejo, amor a primera vista.
Despues de la garantía de la señorita de detrás de la mesa de que funcionaba (insistí en ello por si veía algún atisbo de picardía o engaño en sus ojos), la adopté. Porque el precio era tan ridículo como para decir que la compré. Aparte, estos aparatos son tan simpáticos que parece que tienen alma propia, y considerar que la compras suena vil e inhumano. Efectivamente, el nuevo invitado a mi historia personal funciona bien, aunque tiene dos lineas enteras de la matriz de puntos desactivados (dos rayas vacías en la parte superior) y el botón derecho de la cruz está un poco perjudicado al tacto. Se puede pasar por alto.

Aunque yo haya salido beneficiado en el hecho, es una pena que estas pequeñas joyas de la tecnología fueran tan menospreciadas por el público occidental. Poca gente conoce el verdadero potencial de una Game Boy, y la gente se piensa que les engaño cuando digo que
mi sempai Ale da conciertos con dos Game Boy (y hasta ya tiene grabados varios álbumes), o que se puede hacer verdaderas virguerías musicales con ella. O mi última adquisición vía
eBay: una cámara para la Game Boy, con la que puedes hacer desde fotografías superjachondas a cuatro tonos de grises (
pixelart total) hasta distorsiones que poca envidia le tienen al
Photobooth de los Mac, considerando su tamaño y potencia. Aparte de muchas otras cosas...
Es una verdadera lástima que no tenga el cable para pasar las fotos al PC, e intentar hacerle una foto a la foto es inútil, porque la pantalla de la Game Boy brilla, y no os las puedo enseñar. El siguiente objetivo está claro: conseguir el cable. Sé que hay, aparte de la cámara, una impresora para imprimirlas a papel térmico, pero de momento no la voy a buscar. Me conformo con el cable.
Tan sólo hace dos años que me considero un
fan de
Nintendo (sin llegar al frikismo, ojo, que mi criterio y juicio se mantienen de momento templados), y estoy en ese punto muerto en el que, desde una parte, la gente normal (por no usar otros epítetos como corriente, vulgar u ordinaria) se aparta de tí porque te ve un poco raro (ni que fuera una enfermedad contagiosa), y desde la otra, los muy fans (o como se diría en Japón,
otakus de Nintendo) te desprecian por tu
pimpollez, tu falta de conocimientos y de experiencia en el mundaco éste. Así que me siento un poco como un intruso sin ganas de ser profeta pero sí de abrir mentes, como el de fuera que defiende la tierra extraña.